Se escuchó decir al chófer «carguen mucha yerba porque solo vamos a parar a calentar agua».
Tras más de 30 hs de viaje, en un ómnibus financiado por bingos, rifas y todo aquello que generase algo de dinero, así llegó Corrientes a la «Capital de los vientos».
Con dos objetivos y un sueño. Lo primero no perder la plaza en la categoría, lo segundo llegar a los cruces para ser cabeza de serie en el próximo torneo, y el sueño, de más esta decirlo, era llegar a la final.
Un plantel con un arquero quebrado y otro desgarrado, con el promedio más bajo de estatura en el certamen, pero con un corazón que nadie puede negar.
Párrafo aparte para el «10» el «Piru» José Maria Carrizo, un lúdico, atrevido, carismático, el goleador de los botines rotos, porque así jugó, con un agujero en su botín, lo que muestra que las carencias son bravas en ese grupo.
Movieron del medio y apareció Mendoza, la siempre candidata. Objetivo superado, luego, en cuartos Posadas, y el sueño estaba cada vez más cerca, en semifinales el rival fue Ushuaia.
Todos los encuentros fueron parejos, intensos, desgastantes para un equipo «corto» como el correntino.
Y finalmente las puertas del sueño, ese del que hasta el más crédulo del equipo dudaba.
Ese que fue presenciado por un «Huergo» empachado de fanáticos. En frente el local, nada más y nada menos. La selección Comodorense y su mística ganadora cuando se sabe local.
Fue una verdadera batalla, esos partidos que además de fútbol exigen amor propio, dignidad y entrega.
Fiel a su historia, sufriendo hasta el último minuto, comodoro se quedó con todo lo que estaba en juego.
Corrientes, cumplió sus objetivos, todos. ¿Su sueño? También se cumplió, se entregó hasta las lágrimas, vendió cara la derrota, se soñó luchando hasta el final, hasta la final, y así fue.